20 noviembre, 2011

¿El fin justifica los medios? - Capítulo 5


RUTZ


Estaba mareada, no podía abrir los ojos por mucho que lo intentara, los párpados se cerraban solos. Notaba peso sobre los brazos, palpé la superficie que me oprimía dándome cuenta de que era suave. Al fin hallé una esquina y con la poca fuerza que tenía lo aparté. Me di cuenta de que mi cabeza estaba apoyada sobre una almohada, y giré poco a poco para alcanzar el suelo. Cuando mis botas llegaron a tocarlo, intenté erguirme para sentarme sobre la cama. Y entonces empecé a abrir los ojos. Al principio sólo eran manchas difuminadas y sombras, después capté la forma de una mesilla y las paredes de una habitación.
Caí en que llevaba puestos los vaqueros rotos del día anterior, también la camiseta negra y la sudadera ceñida. Mantenía recuerdos vagos en mi mente: los deberes de por la mañana, el curso de enfermería, la vuelta con las chic… El pánico me inundó en ese momento. Apareció ante mí la visión de la aguja y las manos de Eric presionando mi boca. Dirigí la mano por inercia a mi bolsillo izquierdo, donde siempre llevaba el móvil, pero no lo encontré allí.
Estaba asustada, cerré los ojos y una lágrima cruzó mi mejilla, seguida de otra, y así hasta que perdí la cuenta. Me mantuve sentada en la cama, intentando averiguar la razón de todo esto, mas no la encontraba. Levanté mi peso de la cama y caminé hacia el centro de la habitación, el mareo aun no había desaparecido, pero lo ignoré. Lo ignoré, pero él a mí no, e hizo que cayera al suelo y todo a mi alrededor diera vueltas. Miré en dirección a la puerta, seguro que estaba cerrada. No iban a ser tan imbéciles aquellos hombres, así que para qué intentarlo. Cambié de perspectiva y repté unos centímetros hasta que noté la pared con mi mano, junté mi espalda con la fría superficie y descansé la cabeza, esperando que el mareo desapareciera pronto. Tenía que salir de allí.
El dolor y desconcierto comenzaron a disiparse, justo cuando el ruido de una puerta abriéndose hizo que me estremeciera. Un varón cruzó dentro de mi habitación personal, aquel varón era Eric. No se detuvo al verme con la mirada fijamente clavada en la suya, deseando que mis ojos aparentaran serenidad. Entró y cerró la puerta tras de sí, no paraba de vigilarme mientras cruzaba el espacio que le separaba de la cama y se acercó a la mesilla.
-¿No has comido nada? – No contesté. La verdad, no entendía a qué se refería. No me moví de donde estaba, y me mantuve callada, deseando que me diera alguna explicación sin yo tener que preguntar.
Se acercó a mí, sabía que esperaba a que hiciera algún gesto, pero yo ni le miré, tenía miedo. Seguí con la cabeza agachada hacia el suelo, él se inclinó y noté su voz cerca de mi cabeza.
-Aun tienes cinco minutos para poder comer algo. – Seguí sin dirigirle la mirada. No tenía apetito, lo único que quería era salir de allí. También obtener respuestas, pero me daba miedo averiguarlas. - ¡Ah! Casi se me olvida. – Sacó un teléfono móvil de su bolsillo y me lo lanzó, conseguí cogerlo antes de que cayera al suelo. – Llama a tu madre, dile que te quedarás a dormir en casa de alguna amiga. Ni intentes darle alguna pista de tu situación, te lo advierto.
Le obedecí sin pensármelo, marqué el número de mi madre y su voz volvió a interrumpir el silencio.
-Ponlo en modo altavoz. – Apreté el botón adecuado a su orden y esperé a que mi madre descolgara.
-¿Diga?
-Mamá, soy yo.
-¡Ah! Hola, Rutz. ¿Qué tal ha ido el curso? – Su tono era animado, debía estar con sus compañeros de trabajo manteniendo una alegre charla. Casi me eché a llorar al oírla, cogí fuerzas para mantenerme tranquila y que mi excusa pareciese convincente.
-Hola. Bien, bien, ha estado bien. Oy…
-¿Desde dónde me llamas? Este número no es el tuyo. – No me esperaba esa pregunta, pero no tardé mucho en contestar.
-Es el móvil de una chica del curso, resulta que es una compañera de clase, no sabía que iba a asistir. – Hice una pausa y miré a Eric, me indicó que continuase. – Oye, mamá. Ya es muy tarde para volver a casa sola, y me da un poco de miedo la verdad. Ana me ha dicho que puedo quedarme en su casa esta noche.
-¿Ana?
-La dueña del móvil. – Esperé a que mi madre dijera algo, si no me daba permiso no sabía lo que pasaría.
-Bueno, la verdad es que las diez no es una hora para ir por ahí tú sola… Está bien, pero mañana te quiero en casa temprano. ¿De acuerdo?
-Sí, gracias mamá. – No conseguí parecer feliz por la noticia, la voz comenzaba a rompérseme.
-Pásalo bien Rutz, un beso. – Oí que se cerraba la conexión y antes de poder hacer nada, Eric me arrancó el aparato de la mano.
No quería llorar, no quería, no debía… pero no pude evitarlo. Agaché la cabeza y la escondí entre mis brazos y las rodillas. Oí un ruido y me imaginé que Eric se había sentado en la cama. Levanté levemente la mirada para comprobarlo. Me asusté cuando vi que sus ojos iban en mi dirección, era una visión fría de él, no parecía el mismo que días atrás. Cuál de los dos Eric era el verdadero; mi novio, el chico que venía a buscarme a casa todas las mañanas. O este joven que se encontraba delante de mí y sus ojos me advertían que no intentara nada, o lo lamentaría de verdad.


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