13 noviembre, 2011

¿El fin justifica los medios? - Capítulo 4


ERIC
 

Dejé de hacer presión en sus labios al notar que no oponía resistencia alguna a mi fuerza. Rutz mantenía los ojos cerrados, eso quería decir que el suero había hecho efecto. Mis compañeros se levantaron del suelo, pero yo me quedé a su lado, contemplándola con angustia, no veía bueno lo que estaba haciendo, pero no había otra manera.
Los tres chicos que había a mi lado me miraron de reojo. 9 se acercó a donde me encontraba en el suelo y me puso una mano en el hombro.
-Oye, 6. Me parece que no deberías… - Comenzó a decir, pero le corté quitando su mano de mi cuerpo. Recogí a Rutz, dormida, y me erguí con su peso en mis brazos.
-La llevaré a su habitación. Siguiendo el plan. – Expliqué a 9 y a los otros dos soldados. Pero el mensaje iba en dirección a 9.
Salí por una de las siete comunicaciones que tenía la sala y traspasé el pasillo hasta la habitación que designamos para Rutz. Su cabeza se apoyaba en mi sudadera y mientras caminaba la observaba detenidamente. No paraba de fruncir el ceño y le daban pequeñas convulsiones en los brazos. Tenía una pesadilla seguramente.
En la pared del pasillo capté un cristal. Lo pasé de largo y me paré delante de la puerta. Utilicé la llave y la abrí para entrar en la pequeña habitación deshabitada. Sólo la hacía menos fría una mesilla al lado de una cama pegada contra la pared. Diseñado para que la persona que estuviera allí siempre se colocara en la cama al ser el lugar más cómodo de la estancia, y así poder vigilarla desde el cristal. Me acerqué a ese punto y con mucho cuidado, apoyé a la Rutz soñadora de ese momento. Sabiendo que estaba contemplando en esas falsas imágenes de su mente la hora anterior. Me quedé sentado en la cama, a su lado, sin poder parar ni un momento de darle vueltas al asunto. Aun podía echarme atrás, borrarle la memoria de las últimas veinticuatro horas y hacer que despertara en mi apartamento, conmigo a su lado. Ambos felices, como antes. Realmente quería hacer eso, pero sería la forma fácil de hacerle daño. Igualmente saldría dañada, ya que acabaría separándome de ella llegada la fecha del atentado. Pero, si conseguía superar la prueba de esa noche, por lo menos sabría defenderse y yo estaría más tranquilo si llegásemos a fallar en nuestra misión. Sabía que lo iba a pasar mal pero… pero aun no había acabado de decidirme.
Un sonido proveniente de la puerta me devolvió a la realidad. Era 7, me había traído la cena de Rutz. Le eché una pequeña mirada, aun dormida. Y me levanté para recoger la bandeja y dejarla en la mesilla.
No le dije nada a 7, no estaba de humor. Él entendió lo que quería decir mi expresión y dio media vuelta para salir de la habitación. Pero se paró antes de cruzar la puerta.
-Oye, sé que no quieres hablar del tema. Pero entiéndelo 6, me preocupo por ti. – Creo que esperaba una respuesta por mi parte, pero me mantuve callado mirándole. - ¿Estás seguro de que de esta forma vas a protegerla?
Pensé la pregunta detenidamente, la misma pregunta que me llevaba cuestionando desde que leí su diario. – No lo sé 7. Pero, si ninguna de las personas a las que hemos entrenado en todo este tiempo ha salido herida, no tengo nada que perder. O llegará la mañana y se despertará en su casa, pensando que ha tenido una pesadilla de la que no recuerda nada. O llegará la mañana y tendrá unos conocimientos de supervivencia que le harán falta por si llegan a averiguar quiénes somos.
-Ya, estoy de acuerdo. Pero, ¿tú estarás satisfecho con lo que le estás haciendo? – Sus ojos demostraban que realmente se sentía preocupado por mí, se lo agradecía de verdad. Pero ni yo mismo quería saber la respuesta a esa pregunta.
Me acerqué a él y le di un pequeño golpe amistoso en el brazo, él me lo devolvió asintiendo con la cabeza y salió de la habitación, sin echar una mirada curiosa por el cristal. Eso es lo que me gustaba de 7, no se inmiscuía en asuntos ajenos. Oí un gemido a mi espalda y giré asustado. Respiré hondo y se me dibujó una sonrisa de risa en la cara, seguía soñando. Volví a sentarme a su lado y cuando notó mi presencia, giró sobre sí y me rodeó la cintura con sus brazos, manteniéndome a su lado aunque estuviera dormida. Yo le acaricié con suavidad su pelo escarlata.
Entonces miré mi reloj de muñeca, las 21:46. Aun faltaba una hora para que el suero terminara de hacer efecto, tan sólo me quedaba una hora para disfrutar de su compañía sin que ella me rehuyera.


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