09 noviembre, 2011

¿El fin justifica los medios? - Capítulo 3


RUTZ


La mañana se despertó despejada y con un sol fuerte. Me levanté de la cama, activa recordando que era sábado y en seguida salí de mi dormitorio para bajar las escaleras y desayunar con calma. Me preparé mi típico bol de cereales y un par de tostadas, admirando con los ojos la comida que me esperaba.
-¡Adoro los sábados! – Pensé en voz alta con demasiada alegría. Entonces oí la puerta principal abrirse y pocos segundos después cerrarse. Me asomé con curiosidad desde la cocina, aunque ya supiera que era mi madre.
-¡Hola mamá! – Saludé mientras me sentaba en la mesa para empezar mi desayuno diario.
-Hola, Rutz. - Se acercó a donde me encontraba y me besó la frente. Parecía cansada, seguro que llevaba trabajando toda la noche.
-¿Qué tal te ha ido en el trabajo?
-Hija, estoy rendida. El hospital me agota cuando me seleccionan para el turno de noche. Creo que me acostaré un rato, pero me levantaré antes de comer para ayudarte.
Se dirigió escaleras arriba y entonces me acordé. Salí corriendo aun con comida en la boca para alcanzarla.
-¡Mamá! Se me había olvidado decírtelo. Esta tarde empiezo el curso de auxiliar de enfermería. – Hice una pausa para poder tragar y continué. – Así que me iré hoy pronto de casa. En cuanto terminemos de comer.
Mi madre asintió con la cabeza mientras me sonreía y terminó su recorrido hacia su cuarto.

La tarde se hizo corta, y el curso fue un poco aburrido la verdad. El monitor nos dio una charla breve a los jóvenes que habíamos acudido. Después nos dejó hablar entre nosotros.
En ese rato me junté con los demás y conocí a bastante gente. A las siete ya había anochecido, y unos minutos más tarde salimos todos del Centro de Educación.
            Unas chicas del curso me invitaron a dar una vuelta con ellas y yo acepté encantada, con la condición de que antes de las diez de la noche volvería a mi casa, para que el toque de queda de las once no me cogiera yendo sola por la ciudad.
            No llevábamos andando más de cinco minutos cuando una de ellas, mayor que yo, de rasgos firmes y un cabello rubio y rizado, nos avisó en voz baja:
-Ey, chicas. No miréis hacia atrás, pero creo que unos hombres nos están siguiendo.
Aunque nos dijo que no girásemos para comprobarlo, un par de nosotras sí que lo hicieron.
Intenté calmarlas diciéndoles que eran imaginaciones suyas y continuamos unos metros más. Si nosotras girábamos una esquina, ellos la giraban. Si cruzábamos una calle, ellos nos imitaban. Admito que yo comencé a asustarme, al igual que las chicas. Y se me ocurrió una idea para ahuyentarles. Me coloqué en el grupo de forma que no pudieran verme aquellos desconocidos y les susurré un plan.
-Vayamos al portal nº23 y finjamos que yo vivo allí. Con buena suerte, ellos creerán que es mi casa, no tendrán valor como para entrar sin saber si hay adultos. – No recibí respuesta, bien por su parte. Si hubieran hecho algún movimiento se habría notado demasiado que era una acción falsa.
De ese modo, llegamos al portal y me acerqué a la puerta con paso desafiante. Atrapé el pomo de la puerta y tiré de ella por inercia, con gran asombro me quedé al ver como la puerta se abría. Una excepción en la seguridad de ese tiempo, pero que nos vino muy bien.  Y entramos lo más rápido que pudimos.
-Ya está, no ha pasado na… - Un hombre entró antes de que la puerta llegará a cerrarse. Y detrás de él aparecieron seis más,  cada uno inmovilizó a una de nosotras.
           Empezamos a gritar y a pedir auxilio, esperando que algún vecino saliera de su perfecto hogar para socorrernos, mas no fue así. Tal vez no había nadie, o no se atrevían a jugarse la vida por unas niñas. Nos sacaron a la fuerza del portal entre un mar de gritos y patadas por nuestra parte para liberarnos, no lo conseguimos. Oteé la calle, queriendo encontrar a alguien, pero no había nadie que pudiera ayudarnos. Una furgoneta gris apareció por la carretera, uno de los secuestradores abrió la puerta trasera y nos obligaron a entrar en ella por medio de empujones.
Las chicas comenzaron a llorar, yo no podía, estaba paralizada y demasiado asustada como para pensar o tan sólo llorar.
En cuestión de poco tiempo la furgoneta se detuvo, el conductor, alguien robusto y con el pelo largo bajó del vehículo y abrió la misma puerta por la que habíamos entrado. Nos arrastraron por la calle hasta la entrada de un edificio viejo que tenía la puerta abierta. Yo iba la antepenúltima en la fila y me negué a continuar. El hombre que me cargaba optó por recogerme para que no pudiera tocar el suelo y le fuera más fácil transportarme. Bajamos unas escaleras, traspasamos una puerta de acero y llegamos a una sala bastante grande, con comunicaciones en sus extremos con otras habitaciones, igual de inmensas imaginé.
-Llevaros a cada chica a su habitación. – Ordenó el conductor de la furgoneta. Las cinco chicas además de mí comenzaron a gritar histéricas, daban patadas al aire, lloraban, pegaban puñetazos. Les costó bastante conseguir separarlas, pero al final cada una desapareció por una de las comunicaciones. Mientras tanto, yo conseguí escaquearme del armario que me retenía con una patada en la entrepierna. Empecé a correr de vuelta a la salida y abrí la puerta por la que había entrado. Intenté subir las escaleras y noté el roce de una mano con mi pierna. Esa mano me tiró al suelo y me recogió, devolviéndome a la sala anterior.
-A esta aplicadle el suero, sino no conseguiréis que esté quieta. – Intenté girarme al reconocer la voz, pero el hombre que me agarraba me tiró al suelo, dejándome boca arriba mientras conseguía inmovilizarme. Otro de ellos se acercó con una aguja con algo en su interior. Sin saber lo que contenía ese chisme, comencé a gritar lo más fuerte que pude, dejando que las lágrimas que antes no había permitido salir, conocieran ahora la luz artificial que había encima de mi cabeza. Seguí gritando y revolviéndome con los ojos cerrados esperando el pinchazo, pero antes de eso, unas manos apretaron mi boca, prohibiéndome gritar, y la luz de repente desapareció. Abrí los ojos entornados en lágrimas por curiosidad, y en frente de mí, vi entre imágenes borrosas el rostro de Eric.
A mi cuerpo le dio una sacudida y empecé a cerrar los ojos y a abrirlos una, y otra, y otra, y otra vez. Esperando que el rostro del secuestrador no fuera ese. Pero fue en vano. Cada vez, Eric hacía más presión contra mi boca para impedir mejor que los aullidos resbalaran por su mano. Su expresión no recibía ningún cambio, se mantenía tensa.
Al fin, noté el fuerte ardor de la aguja en mi brazo. Las fuerzas comenzaron a abandonarme, hasta el punto de no poder controlar mi cuerpo. La presión externa que recibía en mis brazos y en mis labios desistió, permitiendo que entrara en un corto sueño, infligido contra de mi voluntad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario