RUTZ
Sí,
tenía que salir de allí. Recogí una de las sillas que había esparcidas por el
reducido espacio y la empotré contra la puerta. Eric seguía intentando abrir la
puerta a la fuerza, yo me di la vuelta, pensando con rapidez. No sabía lo que
estaba haciendo, pero cogí otra silla con ambas manos y me coloqué detrás de la
puerta. No hice ruido, esperé.
A la
puerta no le quedaba mucho aguante, hasta que al final rompió. El cuerpo de
Eric entró y en ese momento le golpeé con la silla en la espalda, haciendo así
que cayera al suelo. Solté mi arma improvisada y corrí cuanto pude, escaleras
arriba. Aparecí en los pasillos superiores y repetí el mismo recorrido que
horas atrás había tomado; derecha, izquierda, derecha, primera puerta de la derecha,
siguiente puerta, … derecha… esta vez tomé la derecha, esperando que ese fuera
el atajo de Eric.
No sabía
si me seguía, seguro que sí, pero no paré a comprobarlo. Traspasé una puerta
y salté de alegría al reconocer la habitación que servía de almacén donde me
atrapó antes, había entrado por la puerta que él utilizó. Volví a retomar la
carrera con unos brincos, abriendo la tercera puerta de la sala, atravesando de
nuevo un pasillo recto. Corrí, corrí y corrí hasta que se acabó el espacio para
la velocidad y tuve que derrapar tomando un giro hacia la izquierda. Una puerta
apreció ante mí, la abrí y caí al suelo por culpa de un escalón, que me hizo
estremecer por el frío asfalto… ¡¡La calle!! Oí un ruido detrás de mí,
tuve que dejar mi admiración para otro momento si quería desaparecer de su
vista. Me levanté del terreno mojado a causa de la lluvia y seguí mi carrera
pasando del callejón a la calle principal. Me dirigí hacia la derecha, por
tomar alguna dirección, pude descubrir la entrada en la que la furgoneta había
aparcado esa tarde, obligando a mi cabeza a rememorar lo sucedido. El choque de
una puerta pesada en el callejón me sorprendió, ya estaba afuera. Tomé la
esquina de la derecha, rodeando el edificio de mis secuestradores, yendo a
ciegas por un laberinto de calles desconocidas. De repente paré, si seguía
tomando decisiones al azar no llegaría a ningún sitio, sabiendo que Eric se
conocía la zona al contrario de mí. Observé lo que me rodeaba, asustada y con
la adrenalina rebosando en mi cuerpo.
Era una
zona industrial, no sabía cómo esconderme. Vi la pared de un edificio, me di
cuenta de que su superficie no era lisa, tenía grietas por las que podía trepar
hasta cierta altura. Decidido, comencé a escalar aquella idea vertical,
esperando y deseando que él lo pasara por alto. Volví a oír pisadas, debía de
haberse equivocado de camino, pero se estaba acercando. A duras penas conseguí
alcanzar una ventana que estaba a bastante altura, unos cuatro metros y medio.
No sé cómo lo conseguí sin caerme, ya que había llovido y resbalaba…
verdaderamente viene bien la adrenalina para la supervivencia.
Entonces
vi aparecer a Eric corriendo, pasó por
debajo de mí sin ni siquiera mirar por encima de su cabeza, desconociendo mi
paradero. Dobló la esquina sin detenerse, consiguiendo así apartarlo de mí. Me
quedé en silencio hasta que dejé de oírle desplazarse. Ahora podía bajar, más
bien… intentarlo.
Giré y
deslicé una pierna hasta encontrar una de las grietas, me temblaban las
extremidades. Apoyé el peso en el pie derecho, rezando por no resbalar ahora.
De pronto descubrí que no sabía bajar… y si saltaba iba a lesionarme una
pierna, entonces no podría correr. Seguí intentándolo, pero iba demasiado
lenta. Su voz detuvo el silencio del momento.
-Deja que te ayude. – Ya está… me había
atrapado. Ya, ¿para qué rebelarme? Mejor estarse callada.
Escaló
un tramo de pared y me recogió por la cintura para dejarme apoyar todo el peso
en su pierna. Al fin alcancé tierra firme. Él terminó su acción y me miró.
-La verdad, hiciste muy bien en aprenderte el
atajo, te felicito. – Falsas palabras para subirme la moral. – Y por tener la
sangre fría de darme el golpe también, aunque dolió bastante… - Silencio
incómodo, aun no me había agarrado para evitarse otro susto. – Rutz, sé que sabes
a dónde pertenezco. – Lo sabía, pero no nombré aquella palabra, ahora no estaba
segura de nada. – Dilo.
-Pero me equivoqué.
-No te equivocaste, Rutz. OCuST no es un grupo
terrorista, ni somos psicópatas. – Parecía convencido de sus palabras.
-¡Nos habéis secuestrado! – Comencé a llorar,
estaba nerviosa.
-Para protegeros. Fue decisión mía el hacerte
pasar por todo esto. Pero era lo que querías, conocer a OCuST, ahora ya nos
conoces.
-¡No tenías derecho! – Fui alejándome de él.
-No, no lo tenía. Pero era necesario.
-¿Necesario? ¡¿Necesario para qué?! – Gritaba,
no podía contenerme.
-Para evitar que sufrieras. No quería hacerlo,
pero no había otra manera. – No hablé. – Hacía falta que aprendieras.
Ahora sé que tendrás recursos si llegara a pasar algo.
Dudé.
-Si llegara a pasar algo… ¿Qué puede pasar?... –
Ahora quien calló fue él, pero respondió a mi pregunta.
-Mira, aunque no te lo creas no has sido de las
primeras a las que hemos hecho estas pruebas. Llevamos así meses, entrenando a
gente común para saber defenderse ante la ley. Si te hubiera dicho que era una
prueba y que no estaba tu vida en juego no habrías hecho todo lo que has hecho,
no te habrías atrevido a pegarme porque pensarías que era un juego. – Hizo una
pausa. – Quiero saber que estás segura cuando hagamos el golpe de estado.
-¡¿Qué?!
-Vamos a hacernos oír en el centro de la
política, somos más miembros que los nueve que has visto. Llegamos a medio
centenar por lo menos. No sé cómo nos va a salir este movimiento, pero por si
acaso descubren nuestra identidad, he tomado medidas. Te he entrenado por si
hace falta que huyas.
Callé…
esto era demasiada información de golpe. Él se acercó e intentó darme un beso
en la mejilla, yo me aparté. No podía ser verdad todo esto. Al ver mi reacción él
habló.
-Has superado la prueba, has conseguido escapar
de mí. Ahora ya puedes irte, estamos a las afueras de la ciudad, toma tu móvil.
– Y se sacó del bolsillo aquel aparato tan conocido para mí. Yo lo cogí,
después le miré. Eric me devolvió el acto y me mantuvo la mirada. – Aléjate de
mí, no quiero que me sigas.
Dio
media vuelta y comenzó a caminar de vuelta al edificio.
-Te odio… - Susurré mirando al suelo.
-Y por tu bien, que ese sentimiento no cambie nunca. – No se
giró, yo levanté la vista, sin saber cómo me había oído.
En ese
momento todo cambió, algo en mí cambió. Ocurrió en un segundo. Tiré el móvil al suelo y su
interior se convirtió en su exterior, al igual que yo.
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