Estaba trastornada, no
entendía lo que había pasado, ni lo que veía a mi alrededor. Me encontraba en
una cama, grande, con sábanas blancas y de tacto suave. Me erguí extrañada,
observé el entorno y deduje que estaba en una casa, una casa de alguien
importante, pues la estética estaba entornada en el origen medieval. Los
muebles eran de madera, con un decorado tallado a mano. Parecía un sueño.
-Oh, despertaste. – Di un
salto del que me caí de la desconocida cama en la que me encontraba, seguí con
la vista de donde provenía aquella voz femenina y hallé a una mujer de mediana
edad, su rostro era agradable. – Perdona, no quería asustarte pequeña. – “Pequeña”…
aquel apodo me hizo darme cuenta de que mi cabello caía sobre los hombros y el
pecho, donde se encontraba un camisón de tela muy bonito. Los ojos mostraron mi
asombro y empecé a sentirme muy nerviosa y asustada.
-No, no te asustes, no
voy a hacerte daño. Ven, siéntate en la cama y te lo explicaré. – La mujer me
ofreció su mano para ayudarme a levantarme, la acepté ya que me seguía doliendo
la pierna, entonces me di cuenta de que la venda improvisada de mi camiseta
había sido sustituida por una real. Me senté en la cama junto a la mujer.
-Mi nombre es Alice, y
trabajo como ama de llaves en esta casa, bajo el servicio del Señor Alan. Ayer,
cuando fue a salir por la puerta, te encontró dormida en la entrada del arco
bajo la lluvia. Vio que ibas vestida con ropa sucia, que estabas herida y que
temblabas de frío, así que decidió darte cobijo hasta que despertaras. – Estaba
perpleja, y al ver que no contestaba continuó con la explicación. - No te
preocupes por la ropa, yo fui quien te cambió. Te curé la herida y te metí en
la cama de esta habitación, la de invitados.
No podía creerlo, aquel
hombre parecía alguien muy rico, y me había ayudado sin ni siquiera conocerme…
nunca antes me había ocurrido que alguien me ayudara sin motivo, a demás de
Christian.
-Dime pequeña, ¿cuál es
tu nombre? – Seguí sin contestar, no sabía por qué, pero no me atrevía. - ¿No
puedes hablar? – Dije que sí con un movimiento tímido de cabeza, no sabía cómo
comportarme. – Entiendo, estás aun aturdida. ¿Tienes hambre? Acompáñame, te
presentaré al Señor Alan.
Entonces el corazón me
dio un vuelco, si no había conseguido decir palabra con aquella mujer, cómo iba
a hablar con un hombre puede incluso que aun más mayor que ella, porque con ese
nombre… muy juvenil no parecía. De nuevo, la voz de la mujer cortó mis
pensamientos:
-¡Ah! Casi se me
olvida, toma, te he traído una camiseta y un vaquero de mi hija para que te
vistas. Lo siento, tu ropa estaba destrozada. – No me lo podía creer, ¿me
estaba ofreciendo ropa? ¿Sin nada a cambio que darle? Era imposible… - Te
dejaré sola para que puedas vestirte, cuando acabes; baja las escaleras y entra
en la sala de la izquierda, allí está el comedor. Te esperaré allí.
Alice desapareció por
la puerta dedicándome una sonrisa. Todo esto era muy extraño para mí, pero
cuando pensé en la comida… descubrí que me moría de hambre, no había mordido
nada desde ayer. Miré la ropa, realmente me gustaba, pero no era mía, así que en
cuanto no me hiciera falta se la devolvería a aquella chica. Me la puse muy
rápido y, antes de pasar por la puerta, vi un espejo encima de la cómoda. Por
inercia fui a verme reflejada en él, hacía mucho que no me veía con el pelo
suelto, mis ojos castaños y brillantes disfrutaron con esa visión. Ahora sí que
era Viela.
Seguí las instrucciones
de la ama de llaves y bajé las escaleras, mientras tanto, observaba cada rincón
del hogar, gozándola con el estilo medieval que tenía… realmente era alguien
con mucho dinero.
Fui al salón, tal y
como me dijo la mujer, pero no me atreví a entrar, sino que asomé la cabeza por
el umbral de la entrada. Y allí estaba él, un veinteañero de pelo castaño y
ojos de color dulce, sentado en una de las numerosas sillas de la mesa mientras
jugaba a…¡a la Xbox!... Increíble,… ahora sí que estaba segura de que era un
sueño. Entonces giró el rostro hacia mí y me sonrió. Ay, Dios, … ¡era
guapísimo!
-Así que ya te levantaste,
eh. – Se levantó para recibirme, no sabía dónde meterme, pero quería
desaparecer. – Mi nombre es Alan. – Se presentó ofreciéndome la mano para
estrechársela.
-Vi-Viela… - Respondí
yo con demasiada timidez para mi gusto mientras le sujetaba su fuerte y firme
mano.
-Entra, por favor, me
ha dicho Alice que estás hambrienta. – Y allí estaba ella, sentada en una de
las sillas con un plato de fruta delante, enseñándome una silla a su lado para
que me sentara. Alan me recogió por la espalda para que no tropezara y me
acompañó hasta la silla, para luego sentarse en frente de mí.
Alice me acercó el
plato de fruta y me susurró con voz dulce que comiera un poco. Al ver un
conjunto de manzanas no pude evitar coger una con ansia y comencé a morderla
sin parar. Me detuve de golpe al caer en que ninguno de los dos me quitaba la vista
de encima, dejé lo que quedaba de la manzana, que no era mucho, en el plato.
-Lo siento, además de
que me ayudáis no debería comportarme así. – No miré a ninguno de los dos, y
entonces oí una risa que provenía del señor de la casa.
-Si no me cuentas lo
que te ha ocurrido no podré decidir si debes o no comportarte así.
-Yo siento decir que
debería irme a mi casa a ayudar a mi marido, Señor Alan. Le dio un beso en la
mejilla y a mí me dirigió una sonrisa. – Nos veremos esta noche.
Cuando oímos el golpe
de la puerta al cerrarse Alan se levantó de su silla y se acercó a mí, se
inclinó para tener su cabeza a la altura de la mía. Eso me ruborizó.
-No hace falta que me
expliques ahora lo que te ha ocurrido si no te sientes con fuerzas, pero sólo
te voy a hacer dos preguntas: ¿Estás huyendo de algo? ¿Has hecho algo malo?
No entendía a qué
venían esas preguntas, pero ya que me había ayudado era lo menos que podía
hacer el contestar a sus cuestiones.
-Sí que estoy huyendo y
no, no he hecho nada malo… al menos no
de la forma que creo que está pensando, no he herido a nadie.
-¡Estupendo! – Dijo eso
con una sonrisa de diversión y se irguió para dirigirse a la silla donde jugaba
antes a la Xbox. Ahora sí que no entendía nada…
-¿Es-es-estupendo? Perdone, pero… no le entiendo.
-Digo “estupendo”
porque si estás huyendo, quiere decir que no vives en la calle y eso es bueno,
y si no has hecho nada malo quiere decir que no estás esquivando a la policía.
¿Me equivoco? - Negué con la cabeza, impresionada por su deducción. – Y una cosa
más, no me trates como tu superior, me hace sentir viejo. – Siempre sonreía,
era… extraño y diferente. Volvió a encender la pantalla y se sentó en la silla.
Me miró de nuevo ya que me había quedado ahí plasmada por su soltura al hablar
conmigo.
-¿Te apetece jugar? Es
un juego de lucha y me hace falta un compañero de juego.
Me levanté despacio y
me senté en una silla a su lado, él me tendió un mando y me explicó los
controles. Le dije que nunca antes había jugado a un juego de esos y él dijo
que no pasaba nada, que no sería duro conmigo, aquello volvió a sonrojarme.
La partida transcurrió
rápida, nombrándome a mí ganadora. Alan me miró impresionado y sólo dijo:
-Así que Viela, ¿eh?
¿Viela…?
-Sólo Viela, mi
apellido ya no tiene significado.
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