22 abril, 2011

Hasta dentro de tres meses.

 "Me acaban de avisar hace poco que con este texto he conseguido el primer premio de un concurso de relatos cortos. Por favor, disfrutad al leerlo."


-Feliz cumpleaños cariño, espero que lo disfrutes.-Al entregarme mi madre el regalo empecé a romper el papel ilusionada y excitada, quería averiguar el rostro que escondía esa máscara de alegres colores, entonces  lo vi. Un cuaderno, un precioso cuaderno de piel con encuadernación hecha a mano, pude deducirlo por un hilo que había suelto. Miré a mi madre ilusionada y salté de la silla para abrazarla.
-¡Gracias, gracias, gracias, gracias! ¡Muchísimas gracias mamá! Me encanta, la encuadernación, el tamaño, el papel, el olor… ¡todo!-Mamá empezó a reír al verme tan alegre y continuó diciendo:
-Bueno, mencionaste que querías escribir y tu padre y yo sabemos que tienes talento, así que queremos que lo intentes, por ahora tienes un cuaderno, pero, ¿y el lápiz?-Y mi padre me mostró su regalo. Era pequeño y alargado, estaba perfectamente envuelto por tonalidades grises, azules y negras, me daba lástima romper aquella preciosa imagen pero no podía resistirme a la tentación de averiguar su interior, así que lo rasgué y salió al descubierto una cajita de color ocre con una inscripción en una placa que decía así: “Que con este gran poder en tu mano puedas dar vida a las palabras.” Me empecé a emocionar, y al abrirla, me deslumbró la estilográfica que había en su interior de un color negro estiloso y brillante, con toques plateados.
-¡Papá! No puede ser…gracias, gracias a ti también. ¡Es preciosa!-
-Lo pensamos con tu madre y ya que te tienes que ir a la universidad dentro de una semana, queríamos que tuvieras un recuerdo nuestro donde recordarnos fácilmente.-Me explicó con una sonrisa en los labios.
-Muchísimas gracias, os prometo que escribiré todos los días, impregnaré este cuaderno con los recuerdos de mi vida.-
-Pero ante todo los estudios, no queremos que suspendas ninguna asignatura, ¿entendido Sam?-En señal de respuesta me acerqué a mi padre y me puse de puntillas para besarle en la mejilla, seguido le di otro a mi madre y me fui a mi cuarto con una gran sonrisa dedicada a ellos.
Al ver las cuatro pequeñas paredes vacías, empecé a sentir agonía; todos los recuerdos de mi infancia y mi adolescencia ya no se encontraban en sus lugares correspondientes, sino en las cajas amontonadas en el suelo de la habitación. No quería pensar en ello, así que me senté en la cama y abrí el estuche de la estilográfica, la cogí con delicadeza por miedo a que se me resbalara por un pequeño descuido. Me entretuve un buen tiempo apreciando su figura estilosa, me moría de ganas de estrenarla pero no estaba segura de con qué palabra debería de hacerlo, porque para mí, ese regalo era demasiado importante como para malgastarlo. Pensé que mejor decidirlo cuando fuese a estrenar el cuaderno, así que me tumbé mientras abrazaba la almohada. En ese momento, el pensamiento de la universidad se estremecía en mi mente, estaba ilusionada y asustada a la vez. Allí me iba a encontrar sola, tenía que vivir por mí misma en una nueva ciudad, en una nueva casa, con nuevos vecinos, nuevos compañeros de clase…y nuevos amigos…Iba a dejar atrás a todas las personas que habían sido importantes en mi vida y que habían estado allí para ayudarme, podría hablar con ellos por teléfono pero no sería lo mismo que verles cada día de mi vida y vivir las mismas experiencias juntos. Así, una lágrima cruzó mis ojos para deslizarse suavemente por mi mejilla, y todo se volvió oscuro.

-Cariño, despierta. Ángela te ha venido a buscar.-Decía mi madre mientras me balanceaba de un lado a otro para despertarme. Debí de haberme quedado dormida.
-Dile que pase, ¿pero qué hora es?-
-Has estado durmiendo toda la tarde hija. Venga, ve levantándote.-Mi madre salió por la puerta y le oí decir algo pero tampoco prestaba mucha atención. Me sentía como si me hubieran roto una botella en la cabeza y me incorporé lentamente. Un grito agudo vino desde mi puerta y me caí al suelo del sobresalto. Supuse  que era Ángela, solo ella tiene esa voz tan potente.
-¡FELICIDADES!-Gritó, y un estremecimiento cubrió todo mi cuerpo.-No puedes quedarte en la cama el día de tu cumpleaños y aun menos el de los dieciocho. Venga nena, levántate ahora mismo que nos vamos, tengo una sorpresita para ti.
-Ángela, si son las ocho de la tarde, no habíamos quedado hasta las once.-Le intenté explicar mientras me incorporaba, pero ella estaba demasiado excitada como para escucharme. Se colocó delante de mí mientras me observaba con una graciosa sonrisa.
-Tenemos que cambiarte de ropa.-Dio media vuelta y fue abriéndose paso entre las cajas de objetos y recuerdos hasta llegar al armario. Estuvo buscando un buen rato alguna prenda interesante porque se puso histérica por no encontrarla. Al final, sacó un vestido negro liso, no muy largo, sin hombros y con mangas caídas. También extrajo un pañuelo gris brillante y mis botas preferidas, con un tacón no muy alto.
-Corre, cámbiate que nos están esperando.-Al escucharla me inquietó lo que había dicho y pregunté interesada:
-¿Nos están esperando? ¿Me lo podrías explicar?-
-¡Tú ponte bien guapa!- Me gritó estresada.-Te espero en el salón, así que corre.-Por desgracia para Ángela, nunca se le ha dado bien mentir. Así que ya supuse que me habían preparado una fiesta sorpresa aquella noche. Mas yo no quería ir, dar esa fiesta de cumpleaños tenía un doble sentido, ya que me iba a separar de mis amigos esa semana, por lo que también significaba una despedida. Bueno, iba a disfrutar por lo menos y a regaña dientes me puse el precioso vestido que había elegido Ángela y que me había regalado en mi anterior cumpleaños. Cuando ya me sentía preparada, abrí la puerta y me dirigí al cuarto de estar a buscar a mi compañera y tomamos la puerta de la casa. Tras cerrarla, Ángela me tapó los ojos con las manos.
-¡Ángela!-Grité sobresaltada.
-Tranquila Samanta, es una sorpresa. Tú no habrás los ojos.-Me explicó.
-De acuerdo, pero como me choque contra algo te puedo asegurar que no saldrás viva de esta noche.- Y ambas nos reímos juntas, iba a echar de menos a aquella chica tan inquieta con nombre de ángel.

Y demasiado rápido, llegó el día de mi marcha a la universidad. Dispuesta a subir al avión con mi equipaje y sin querer separarme de mis padres.
-Sam, llámanos en cuanto llegues, ¿vale cariño?-Dijo mi madre entre lágrimas. Yo asentí con la cabeza intentando guardarme las mías para que no le fuera más difícil.
-Ven aquí, Samanta.-Mi padre me abrazó con fuerza mientras me besaba en la frente. Pocos segundos después sonó por megafonía los datos de mi vuelo, el que estaba destinado a Roma, a Italia. Había conseguido una de las mejores becas y tenía muchísimas ganas de llegar, mas con un alto precio.
-Adiós papá, adiós mamá.-Me despedí con una sonrisa.-Nos veremos en tres meses, que dentro de nada será Navidad.-
-Hasta dentro de tres meses hija.- Dijeron mientras balanceaban la mano.
Seguidamente dejé el equipaje y subí las escaleras mirándoles mientras me iba alejando. Después de unos minutos el avión despegó, y el sollozo que apresaba en mi interior salió a la luz.

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